No sé si os he contado alguna vez que yo vivo en una ciudad en la que realmente hay dos estaciones en lugar de cuatro: Ostia puta, qué frío! y Ostia puta, qué calor!
Entre ellas se van alternando un poco al gusto, aunque mayormente predomina la primera. La línea que las separa es realmente fina. Tan pronto un día estás achicharrada perdida pensando sólo en el helado que te vas a comer, y de repente al día siguiente vuelves a sacar el abrigo y lo único que te apetece es llegar a casa para encender el horno y tomarte algo calentito.